Si Una Noche De Invierno Un Viajero

Si Una Noche De Invierno Un Viajero

Author:Italo Calvino
Language: es
Format: mobi
Tags: Ficción, Novela
Published: 2010-05-24T23:00:00+00:00


Mira hacia abajo donde la sombra se adensa

Por mucho que tirase de la boca del saco de plástico, apenas llegaba al cuello de Jojo y la cabeza quedaba fuera. El otro sistema era ensacarlo por la cabeza, pero no me resolvía el problema porque quedaban fuera los pies. La solución hubiera sido hacerle doblar las rodillas, pero aunque trataba de ayudarlo a fuerza de patadas, las piernas ya rígidas se resistían, y cuando al final lo logré se doblaron piernas y saco juntos, y así era aún más difícil de transportar y la cabeza sobresalía más que antes.

—¿Cuándo conseguiré librarme de ti de veras, Jojo? —le decía, y cada vez que le daba una vuelta me encontraba delante aquella boba cara suya, el bigotillo de robacorazones, el pelo soldado con brillantina, el nudo de la corbata que asomaba por el saco como por un jersey, digo un jersey de los años cuya moda él había continuado siguiendo. Quizás a la moda de aquellos años Jojo había llegado con retraso, cuando ya no estaba de moda en ningún sitio, pero él, habiendo envidiado de joven a los tipos vestidos y peinados así, desde la brillantina a los zapatos de charol negro con punteras de terciopelo, había identificado aquel aspecto con la fortuna, y una vez que había llegado estaba demasiado absorto en su éxito para mirar a su alrededor y advertir que ahora aquellos a quienes quería parecerse tenían un aspecto completamente distinto.

La brillantina aguantaba bien; incluso al comprimirle el cráneo para hundirlo en el saco, el casquete de pelo seguía siendo esférico y sólo se segmentaba en tiras compactas que se alzaban en arco. El nudo de la corbata se había desarreglado un poco; me salió instintivo el gesto de enderezarlo, como si un cadáver con la corbata torcida pudiera llamar más la atención que un cadáver en regla.

—Se necesita un segundo saco para metérselo por la cabeza —dijo Bernadette, y una vez más tuve que reconocer que la inteligencia de aquella chica era superior a lo que se podía esperar de su condición social.

Lo malo era que no conseguíamos encontrar otro saco de plástico del tamaño grande. Había sólo uno de cubo de la basura de cocina, una bolsa naranja que podía servir perfectamente para taparle la cabeza, pero no para ocultar que se trataba de un cuerpo humano envuelto en un saco y con la cabeza envuelta en una bolsa más pequeña.

Pero tanto daba, en aquel sótano no podíamos quedarnos más tiempo, de Jojo debíamos desembarazarnos antes de que fuera de día, hacía ya un par de horas que lo llevábamos por ahí como si estuviera vivo, un tercer pasajero en mi coche descapotable, y ya habíamos llamado la atención de demasiadas personas. Como aquellos dos agentes en bicicleta que se habían acercado a la chita callando y se habían parado a mirarnos mientras estábamos a punto de precipitarlo al río (el Puente de Bercy un momento antes nos había parecido desierto), y en seguida Bernadette y yo



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